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La ignorancia es, posiblemente, la causante de todos los males de nuestra sociedad.
Siempre ha habido quien se aproveche de ella para su beneficio.
Se fomenta con el miedo.
Hablar de libertad es hablar de infinitos valores, todos y cada uno de ellos indispensables para que la haya.
Y nadie será libre mientras exista una persona que sufra, víctima de la ignorancia de unos cuantos.
Desde dejar a los niños que vistan de la manera que quieran, que se muevan y jueguen siguiendo su instinto, su ingenio, su destreza a, el respeto a la diferencia racial y sexual.
Respetar la diferencia y aprender de ella. No se ha de sentir miedo a lo adverso, más bien curiosidad y fascinación.
Como ya sabréis, el cine corre por mis venas. Es un trampolín al mundo del pensamiento, de la reflexión.
Recorre mi cuerpo, inunda mi corazón y se extiende por mi cerebro.
Y con algunas películas, no puedo más que flotar de emoción con tan gran mensaje que me ha enseñado.
Hay largometrajes que utilizo para educarlas. Yo no siempre encuentro las palabras.
El cine es mi instrumento de crianza.
"Matar a un ruiseñor", de Robert Mulligan, basada en la novela de Harper Lee e interpretada por Gregory Peck y los pequeños Mary Badham y Phillip Alford es, sencillamente, un manual de crianza.
Eduquemos en libertad. Eduquemos en valores.
Moira.
Port de la Selva. Girona.

Mi madre no se aburría nunca, es más, no tenía tiempo para hacer y crear todo aquello que se le pasaba por la cabeza.
Tampoco hubiera bastado con que los días tuvieran 48 o 72 horas, ni mil horas hubieran cubierto sus propósitos.
Ser madre viuda de cuatro hijos complicaban las cosas.
Cuando despertábamos por la mañana veíamos la mesa del comedor cubierta de revistas de confección, telas, patrones, libros de novelas abiertos por algún pasaje en donde había encontrado alguna idea que realizar y algún plato con las pieles de alguna fruta que había devorado en ese "su momento", cuando los niños duermen.
A partir de varias ideas creaba la suya. 
Había una que marcó mi infancia; "Las muñequitas de olor".
A partir de la idea de un saquito de ropa relleno de flores aromáticas para perfumar la ropa de los armarios, ideó una muñequita.
Miles de armarios se perfumaron con esas muñequitas que nosotros le ayudábamos a rellenar. Intentamos convencerla de que nos dejase pintarle la cara, pero después de arruinar unas docenas de muñecas nos pidió por favor que nos limitásemos a rellenar y punto.
Y nuestra casa olía siempre a espliego, tomillo o romero. Años después, hablando con una amiga de la infancia me lo recordó, me dijo que ese olor lo identificaba con mi casa, con mi madre.
Y también hacíamos de recaderas, para llevar a las tiendas o para cobrarlas.
-Mónica, ve a la herboristería que me ha llamado que ya tiene lo nuestro. Le dices "la mamá me envía a cobrar las muñequitas", me dijo un día mi madre.
...
ODIABA decir "la mamá", lo odiaba con todas mis fuerzas! y "las muñequitas", aún más!
-Vale, pero no voy a decir "la mamá", mama!
-Di lo que te de la gana, pero que entienda que eres mi hija!

Y bajando la calle iba pensando cómo presentarme, cómo decir, no sé, la vergüenza me invadía. Yo era tremendamente tímida y supongo que mi madre lo trabajaba enviándome a mí a hacer aquellas cosas. 
Ahora todo eso me parece una locura, algo tan tremendamente fácil, rápido, se podía decir de mil maneras, versión corta o más larga, pero en ese momento me saturé.
Y queriendo pasar desapercibida y hacerlo lo más rápido posible, se convirtió en un infierno.
La tienda estaba a rebosar, no cabía un alfiler. La mujer me miró desde el mostrador, a lo lejos. 
Y me preguntó en voz alta, mientras todos, al completo, se giraban a mirarme.

-Què volies maca?
-"Soy la hija de las muñecas", espeté.

Madre mía!!!!!, me quise morir!. 
Todos empezaron a reír, la mujer me miró con cara de sorpresa, seguramente haciendo un gran esfuerzo para no carcajearse en mi cara, e intentando descifrar aquello, me lo volvió a preguntar. Para entonces yo ya era minúscula, allá a lo lejos de la tienda, haciendo frente a todas esas miradas curiosas y sonrientes.

En la primavera, cuando el tomillo, el romero y el espliego florecen, me voy con capazos al bosque a recolectar.
Vuelvo a mi infancia con ese perfume. Olor a felicidad, a sentirse segura. A hogar, a niña. A madre. A mamá.

Moira y Madicken ayudándome a recolectar plantas aromáticas y medicinales.
Cistella, Girona.

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